martes, 22 de enero de 2013

When I was young

Recuerdo oír a mi madre cuando yo era adolescente comentar con sus amigas, con cierta extrañeza y algo de orgullo, que sus mejores años habían sido los treinta y tantos. Por aquel entonces esa edad me quedaba lejísimos ya que alguien mayor de 20 años me parecía un anciano decrépito. Fui creciendo y comprobando que el tiempo pasa bastante rápido y con gran sorpresa me planté en los 25, sin tener la vida resuelta ni sentirme en absoluto como imaginaba que se sentiría una persona adulta (con las ideas claras, ganas de formar una familia, una profesión que me hiciera sentirme realizada o una residencia estable), algo que tampoco parecía ocurrir en mi círculo de amigos. Aunque si bien es cierto que en esa época sí hubo un punto de inflexión al irme de casa y empezar a ser totalmente autónoma, desde entonces, he saltado de una casa a otra, de una ciudad a otra, de un trabajo (basura) a otro y de una relación a otra sin orden ni concierto. En realidad nunca he dejado de sentirme con un pie en la adolescencia, ni he sentido la más mínima tentación de hacerlo.

Hace unos años empecé a trabajar con niños y me llamaba la atención especialmente el hecho de que mientras que yo les veía a ellos como una igual, ellos me miraban como una adulta, como una de "los malos". Porque no nos engañemos, cuando somos pequeños, todos los adultos (incluso los que más admiramos) nos resultan un fastidio; ellos son los que nos imponen normas y nos obligan a cumplirlas, los que nos impiden hacer lo que deseamos, los que nos regañan y castigan, en definitiva, "los otros", "los malos". Creo que entonces empecé a hacerme consciente de que ya no era una niña y que por alguna extraña razón, el resto de la gente esperaba que me comportara como una adulta.

El caso es que independientemente de la edad que yo sienta tener o aparente, tengo 33 años y no me preocupa demasiado el asunto. Mi vida no ha cambiado apenas en los últimos 8 años y, aunque mi memoria ya no es portentosa y mis resacas son mucho más fuertes, sí que noto algo que debe ser eso a lo que la gente se refiere como "madurar". He aprendido a no darle importancia a cosas irrelevantes, a pensar antes de hablar, a esperar el momento adecuado, a no darlo todo tan rápido, a recibir, a mentir o a no decir toda la verdad, a ser más tolerante y más generosa, a quererme un poco más, a querer mejor.

La verdad es que esto de hacerse mayor, no está tan mal. Al final tendré que darle la razón a mi madre.

jueves, 3 de enero de 2013

In-A-Gadda-Da-Vida


Hace dos años por estas fechas estaba revolviendo en la "Librería Don Quijote" en Oviedo, cuando apareció ante mis ojos el disco In-A-Gadda-Da-Vida de Iron Buterfly a muy buen precio. En esa época yo no tenía tocadiscos (y mis circunstancias personales no favorecían una próxima adquisición), pero me gustaba mirar los discos mientras fantaseaba con la idea de hacerme con uno y con los discos que me compraría. En esa época, además, estaba absoluta y perdidamente enamorada y me pareció una idea genial comprarle al sujeto en cuestión el disco como regalo de Reyes (está bien, soy una anticonsumista de pega) y así lo hice.



Dicen las malas lenguas que Doug Ingle, cantante y teclista, se encontraba bajo los efectos del LSD y durante el ensayo sustituyó en la letra original "In the garden of Eden" por "In-A-Gadda- Da-Vida" lo que llevaría a cambiar el título de la canción y del album. Según parece, se dejaron llevar en el ensayo, de tal forma que acabó convirtiéndose en un temazo de 17 minutos, que fue recogido en una grabación y no hubo necesidad de repetir ni retocar.
Aunque la versión oficial del grupo fue que el baterista Ron Husby, que estaba escuchando el tema con unos cascos, entendió mal al preguntar por el título, cambiándolo por "In-A-Gadda- Da-Vida", pero dado que el cambio no fue sólo en el título sino también en la letra de la canción, esta versión se cae por su propio peso.

El caso es que le entregué su regalo al susodicho, pero como esto no es un cuento, no fuimos felices ni comimos perdices, es más, me atrevería a afirmar que ese fue el principio del fin (aunque sé que esto es lo que más os interesa, el pudor y la pereza me impiden detallar los sucios pormenores). Pasó el tiempo y, al fin pude hacerme con un plato y mi afición a cotillear entre los discos de tiendas, rastros y mercadillos siguió, pero ya no me limitaba a mirar o a comprar para los demás, y empecé a comprarme discos para mí. Entre regalos, gangas y caprichos he llegado a tener una mini-colección bastante decente para el poco tiempo que llevo, pero me falta un disco muy importante, como podéis imaginar se trata de In-A-Gadda-Da-Vida de Iron Buterfly y no es que no me lo haya encontrado más de una vez entre discos polvorientos, (siempre acompañado de un vuelco al corazón y una enorme nostalgia), es que simplemente estoy esperando a que alguien me lo regale a mí.